¿QUIÉNES SOMOS?

La Obra de Jesús nace con la finalidad de cooperar, desde fuera, con los toques de la gracia con que el Señor no ha dejado en ningún momento de llamar al interior del corazón del hombre. Los años que la Obra de Jesús lleva trabajando han ido enseñándonos que la búsqueda de Dios no es un fenómeno aislado, pero que pocas veces se lleva hasta el final de la radicalidad evangélica sin una guía. La oración, la vida sacramental, la discreción espiritual son medios que evitan que un propósito bueno y según Dios acabe difuminándose en experiencia aislada sin mayor transcendencia. Así, la llamada de Dios requiere casi siempre ayuda para ser oída, y una vez captada, atendida.

Después de esa "primera gracia" de entender, también para esta segunda de seguirlo (no ser «sordo a su llamamiento»(1)) la Obra de Jesús ofrece ayuda, consciente siempre de que el auténtico maestro interior es el Espíritu Santo, y de la suma delicadeza con que hay que respetar su acción, sin estorbarla, porque las almas son de Dios.

 

Con lo que llevamos dicho, dos de los fines de la Obra quedan ya perfilados:

  • Ofrecer a los hermanos un medio privilegiado de atención a la llamada vocacional (los Ejercicios de S. Ignacio).
  • Ofrecer, a quienes fueran llamados a seguir la voluntad de Dios en la vida seglar de los "obreros" (que así se llaman los miembros de Obra de Jesús), un "cuerpo" al que integrarse para aprovechar sus medios en el camino de la santidad, esto es, del desarrollo de la semilla bautismal hasta la plenitud de la imitación de Cristo.

Una nueva finalidad, la apostólica, brota de ésta última, pues sólo concebimos el apostolado como consustancial a la santidad, ya que para la consagración del mundo a Dios hay que hacer de la propia vida "ofrenda permanente"(2) para "alabanza de Su gloria"(3). "El hombre contemporáneo escucha de más buena gana a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque son testigos"(4). Pues bien, del árbol de la cruz nace el testigo.

La Obra de Jesús expresa esta referencia del testigo a la cruz hablando del "carisma martirial" de sus miembros. Nacidos y llamados a la vida oculta(5), carentes del ánimo de protagonismo, los obreros se ven, no obstante, enviados al mundo y también (no pocas veces por su vocación de fidelidad a la Iglesia y el Magisterio del papa, expresada en un voto de adhesión a su doctrina) en muchas ocasiones no comprendidos por él, pero aceptándolo todo sin voluntad ninguna de adaptar el hombro de la cruz, porque el martirio cotidiano ha de acogerse con el corazón encendido del fuego del apasionado amor a Cristo, permanente signo de contradicción.

Un apostolado tan amplio como el que hay abierto a la Obra de Jesús (donde prácticamente se puede emprender cualquier actividad apostólica, aunque insistiendo, por muy humana o asistencial que ésta pudiera ser, en la dimensión trascendente que impulsa nuestra "evangelización del seglar por el seglar"), pide para aquél que aspira a ser obrero, una tarea de formación que en la Obra nunca se detiene, conscientes como somos de la responsabilidad que la Iglesia puso en nuestras manos cuando nos aprobó como "Asociación Privada de seglares, para seglares y dirigida por seglares"(6). Y aun así, la formación -que, según la persona, puede llegar hasta los estudios superiores de Teología-, estará también subordinada al fin espiritual. Ser santo es lo primero.


 

Queda, así, subrayada la importancia de la vida espiritual en la Obra de Jesús. La espiritualidad de la Obra de Jesús hunde sus raíces en el bautismo, cuya semilla debe desarrollarse conforme a la ascética ignaciana, querida desde el principio por Dios para esta Obra.

Una ascética recogida en los Ejercicios Espirituales, que incorporan a quien los hace a la experiencia interior de S. Ignacio de Loyola, "aquel peregrino que era un loco por Jesucristo". Así, partiendo del aborrecimiento del pecado, incluso el venial deliberado, no admitido ni por ganar el mundo ni por conservar la vida(7), el obrero debe ir colocando sobre cualquier otro valor los del espíritu. Esta vida crecerá por el trato asiduo con el Señor en los sacramentos y la oración diaria, hasta llegar a ser, por los dones del Espíritu, familiares suyos, con la libertad de hijos que confían sin límite en la voluntad de Dios, santa y santificadora. Esta voluntad es el centro de la vida espiritual, y la fidelidad a ella se promueve en la Obra de Jesús mediante el afianzamiento en la santa indiferencia y la rectitud de intención, para, con el "ojo simple" de nuestra intención(8), no tener el obrero más querer que lo que "Dios Nuestro Señor le pondrá en voluntad"(9), saliendo así del "propio amor, querer e interés"(10). La ascesis será el esfuerzo cotidiano por mantenerse ahí, continuamente profundizando, dejando atrás la servidumbre del amor propio.

Para todo este plan de vida, María es nuestro modelo de vida seglar oculta y consagrada a la cooperación en la obra de salvación proyectada por Dios Trino, como verdadera anima socia Christi, por la fuerza de su "sí" ininterrumpido, su ilimitada esperanza, su amor y fortaleza. A la Virgen se consagra todo obrero en un acto que expresa su voluntad de pertenecerle y, por ella, a su Hijo.

Finalmente, este cuerpo vivo que es la Obra de Jesús se nutre de la vivencia de los Consejos evangélicos (obediencia, pobreza, castidad), que unos obreros están llamados a vivir en su espíritu, dentro de la propia vida matrimonial, y otros en toda su plenitud, permaneciendo, con corazón indiviso, consagrados para el Señor mediante votos privados. Y se nutre de la firme adhesión a su cabeza, llamada "Diaconía" porque está puesta para servir a la unidad y crecimiento de todos sus miembros y a la obra de su santificación, así como a la propia extensión de la Obra de Jesús para servicio de la Iglesia y mayor gloria de Dios, Nuestro Señor.

 


  1. Ejercicios Espirituales, nº 91.
  2. Plegaria Eucarística III.
  3. Ef 1, 6.12.14.
  4. Pablo VI, Discurso a los miembros del "Consilium pro Laicis", 2-X-74.
  5. "Vuestra vida está oculta con Cristo en Dios", Col 3, 3.
  6. Estatutos, art. 1.
  7. Cf. Ejercicios Espirituales, nº 166.
  8. Cf. Ejercicios, 169.
  9. Ejercicios, 155.
  10. Ejercicios, 189.